Wednesday, November 18, 2009

III GIRA LATINOAMERICANA DE LOS 3 GATOS LOCOS, AMIGOS, COMPAÑIA DE TEATRO Y DE VIDA ITINERNATE!!

III Gira latinoamericana – Día 660 – Sudamérica - Línea ecuatorial

Celebraciones y Festivales

Como un vaivén interminable, como una montaña rusa de inconmensurables proporciones, la vida nos sube y baja a su antojo, equilibrando así un secreto y misterioso flujo infinito del que somos pequeñas partículas, imperceptibles parcialidades, pero reflejos precisos de la totalidad. Así, siempre debemos estar preparados para que nos acontezcan los cataclismos después de los tiempos mansos. Y debemos encarar convencidos el éxito después de cada crisis. Esto no significa una esquizofrenia constante entre lo malo y lo bueno, entre lo feliz y lo triste. Más bien significa la supresión absoluta de estos conceptos subjetivos, la anulación de la polaridad, para comprender la eterna unidad que nos contiene. Entonces, tanto la queja excesiva en los hundimientos como el festejo exacerbado en las cimas, ambas son igualmente posiciones ciegas y atolondradas, ante la magnífica complejidad de la vida.

Por eso este escrito no pretende ser un apresurado festejo de estos tiempos felices, es más bien un relato de aceptación. Un agradecimiento con la vida por su eterno equilibrar de las fuerzas. Una lúcida celebración de los tiempos fastos. Una eterna carcajada universal. Una fiesta.

-Fiesta del corazón apenas llegamos a Cartagena. Placer de volver a la casa, a la gran casa sudamericana. Sensación de tibieza, de hogar, de matriz cálida, algo parecido al café con leche al lado de la chimenea, a las caricias de mamá. Así percibíamos a Sudamérica desde el otro lado del Darién. Así llegamos a la caliente Cartagena, expectantes del cumplimiento de nuestro pequeño sueño. Pocos, pero suficientes días para reencontrarnos con los recuerdos, con los lugares, con Ariadna nuestra querida amiga. Los necesarios para sacar a la Colo del puerto y preparar la partida hacia el sur. Para aterrizar todo lo que no llegó dentro del avioncito que nos trajo. Muchas veces el alma se toma otros tiempos que el cuerpo. Deja jirones en el atrás, se adelanta en borbotones hacia el futuro, disfruta de cada presente. Por eso será que sonreíamos cada vez más y cada vez con más fuerza. Crecía en nosotros la seguridad de nuevos aires. Colombia, otra vez nos recibía de brazos abiertos, con toda su abundancia y con su diversidad.

-Pequeña fiesta en la ruta hacia Medellín. Andando en caravana, junto con el carro de Taylor, el norteamericano que cruzó con nosotros y los franceses que llevábamos desde Cartagena, nos tocó festejar el cumpleaños de Maty. Cierto apuro no nos permitía demorarnos en ningún lugar. Por eso esta fiesta fue en movimiento. Desde el amanecer que nos despertó acampando al lado de la carretera, luego a través de varios cientos de kilómetros, hasta la noche que terminamos de celebrar abrazándonos felices de haber llegado al destino planeado.

La ruta hasta Medellín fue tranquila, sólo interrumpimos la marcha en una decena de pillajes… perdón, quise decir peajes. Sitios patéticos que ratonean dinero obligatoriamente para financiar a quién sabe qué ratas. Colombia está infestada de ellos, cada sesenta o setenta kilómetros te obligan a pagar unos tres o cuatro dólares para seguir. Este país sigue pagando con creces esa guerra de mentiras que se inventa día a día la CIA, los narcos, el gobierno… grandes socios indisolubles!

-XIV Festival de Teatro “El Gesto Noble” en un pueblito hermoso, como todos los que vimos en Antioquia. El Cármen de Viboral se llama. Hasta allí llegamos, recomendados por nuestros amigos cartageneros del teatro La Reculá del Ovejo, pasando de largo la gran ciudad. Sin haber pretendido tanto, y gracias a la buena voluntad de Kambert, el director de cultura local, esos días se nos convirtieron en una maratón de funciones. Por fin volvimos a los ruedos gigantes que siempre necesitamos. Una multitud de gente a las carcajadas con nuestras obras callejeras. ¡Qué felicidad, qué plenitud! Así se abría esta nueva etapa de fiestas y celebraciones en Antioquia, junto con el nuevo año maya.

-Celebraciones también ese domingo en otro pueblito cercano y bello, La Ceja. Allí nos invitaron luego de conocernos en El Cármen. Y por eso fuimos a presentar Libres Lombrices. Y después a cenar y festejar con Víctor, un viejo profesor de música, barbudo, loco y gritón. De un carácter un poco invasivo y lenguaje soez, pero bien divertido para los que no nos ofendíamos con sus bromas. Y también con Anselmo, el joven director de cultura del lugar, emprendedor, positivo y politiquero, quien amablemente nos invitó a parar luego en su casa de Medellín.

-Fiesta de conocer Medellín, una ciudad bien especial, llena de movimiento y diversidad. Fiesta de llegar a una ciudad tan grande teniendo un lugar donde llegar. Inmediatamente nos instalamos en el departamento de Anselmo. Un lugar amplio y acogedor, una burbuja en medio de la ciudad polvorienta. Por lo pronto sólo vivía allí Alex, un rasta bailarín aéreo con muy buena onda, que le cuidaba la casa a Omaira, la hermana de Anselmo, que andaba de viaje. Nos recibió con sonrisas, abrazos y buenos augurios.

-Gran festejo de los sentimientos al reencontrarnos con un viejo y querido amigo, un parcero del alma. Ese mismo día que llegamos a Medellín, nos encontramos con el Inti. Un encuentro fundamental para los tiempos que llegarían, estructural. ¡Cuántos abrazos nos debíamos!

-Fiesta de la grupalidad a pesar de las terribles noticias que llegaron de Argentina. Abrazos a pesar del llanto. Ninguna pena podría frenar el ímpetu que íbamos cultivando, ninguna. Simplemente tuvimos que adaptarnos, entender, aceptar las enseñanzas del destino, dejarnos modificar por los sucesos, seguir luchando.

-Fiesta por volver a aprender que los problemas no son más que grandes oportunidades. Es que llegó Omaira, la dueña de la casa. Y a pesar de su aspecto bohemio y de su biblioteca revolucionaria, no pudo vencer su intolerancia moderna y nos sacó de allí en menos de un día. Pero lo que parecía un nuevo problema, sólo fue un regalo divino. Gracias a este apuro por no compartir, Inti nos llevó hasta la casa de Seba y Enrico, en Santa Elena.

-Festejos íntimos, interiores, al llegar a este sitio maravilloso. Santa Elena es un pueblito en las afueras de Medellín, situado muy por encima de la ciudad, en uno de los cerros que la rodean. Es una aldea cargada de verdes y de flores. Allí, entrando por un caminito, estaba el hogar de los muchachos. Seba y Enrico alquilaban la mitad de una bonita casa quinta. Ellos son dos cirqueros, malabaristas alegres conocidos de Inti, como casi todos los cirqueros. Seba es jovial, divertido, especialista en las sincronías del calendario maya. Hiperactivo desde que despierta hasta que la noche lo fulmina, pero calmo en su soñar. Enrico es muy tranquilo, su expresión más frecuente es una contagiosa carcajada grande. Las rastas le enmarcan el aspecto pacífico que desborda. Por las tardes se sienta en su sillón frente al bellísimo paisaje, se prende uno y se queda contemplando en una especie de éxtasis de baja intensidad. Ambos son excelentes personas, tipos abiertos al mundo, positivos y soñadores. Fue una verdadera fiesta conocerlos. Allí llegamos provisoriamente, con el plan de quedarnos sólo un par de días, hasta que consiguiéramos algún otro lugar para vivir. Pero la empatía que tuvimos con estos dos personajes fue más fuerte y de allí ya no pudimos irnos. Nos quedamos más de un mes, toda nuestra estadía en Antioquia. Desde allí nos movimos a todos lados. Pero siempre por la noche regresábamos a la casita de Santa Elena que nos cuidaba y nos reponía las fuerzas. Allí jugamos, cocinamos deliciosos platos, aprendimos juntos, reímos, volamos, platicamos profundamente en círculos, vivimos. Desde allí cultivamos toda la fértil estadía en Antioquia.

-Fiesta porque pudimos decidir movimientos estratégicos para nuestra armonía. Maty se fue en un viaje relámpago a Buenos Aires, a curar y a curarse. Y también se fue Caro, a Cali, a participar de un encuentro espiritual de mujeres, el llamado a la danza de la luna en Colombia. También a curar, también a curarse. Quedamos los demás para seguir celebrando, para no frenar esta larga fiesta que fue Colombia. Por eso no dudamos en festejar con crepes y vinos, con buena bareta y con torta, el cumpleaños de Fer, el Dj Becerra de los Gatos.

-Celebramos el fin de semana siguiente en un pequeño pueblo cercano, San Antonio de Pereira. La belleza de estos lugares del oriente antioqueño, es verdaderamente protagonista. La placita del pueblo parece pintada, con sus canteros floridos, sus veredas enladrilladas, sus puestos de venta de exquisitos dulces artesanales. La gente es muy amable. Los que pasean sonríen, se acercan a conversar, invitan. Llegamos y empezamos a armar el sonido y a convocar la función. Al ratito teníamos un ruedo enorme y ansioso, repleto de niños, perros, familias, abuelos. Lanzamos Soñando Historias y fue un éxito. Aplausos, abrazos, fotos, remeras, correos, preguntas… la calidez de los antioqueños no paraba de sorprendernos. El domingo volvimos por más. El Inti se vino con nosotros y elegimos una esquina más grande de la plaza. Y la rompimos. Nos despedimos hasta el próximo fin de semana y nos fuimos de San Antonio de Pereira con la sensación de haber entablado un pacto con el lugar.

-Fiesta de la percepción en Santa Elena. La fertilidad de estas tierras es magnífica. Todo crece sin vacilaciones. Todo apunta al sol. Ese día nos levantamos frescos y mantuvimos el ayuno. A media mañana preparamos un chocolatico mágico. Los hongos que crecen en el estiércol y que traen la sabiduría ancestral de la tierra, le dieron poder a la bebida. Vivimos una tarde al sol llena de revelaciones y de verdadera magia. Derribados los velos del ego, la realidad se vuelve más evidente y se manifiesta con una sinceridad escalofriante. La risa llega entonces como manifestación inevitable de lo ridículo. El absurdo personaje cotidiano que construimos queda revelado y uno no puede más que cagarse de risa de tan patético disfraz. Una vibración exultante nos inundó a todos juntos y nos hizo viajar por los caminos del conocimiento. A la tardecita empezamos a aterrizar. Tomamos unos alimentos deliciosos y nos fuimos a descansar de tan impresionante aventura.

-Los días que siguieron fueron calmos, llenos de esa paz que queda después de ver el infinito. Jugamos ajedrez, trepamos al gran pino y nos tiramos con las cuerdas de Seba, encontramos muchos hongos más. La magia es abundante en Santa Elena.

-Fiesta Nacional de la Empanada en San Antonio de Pereira. Y lo prometido es deuda. El sábado regresó el gordo Maty de Buenos Aires y volvimos al lugar. La multitud era sorprendente. Subimos al escenario oficial y entregamos Libres Lombrices para gozo nuestro y del público, que estalló con la obra.

-Domingo de más festejos. Festival de la Cometa en Jericó, un pueblo más alejado, pero no menos bello. Fiesta en la tierra del pueblo, fiesta en el cielo poblado de cometas de colores. Fiesta nuestra por celebrar las cien funciones de Soñando Historias en esta gira. Gran encuentro de personajes y bareticos. Volvimos lento, atravesando la noche lluviosa, camuflados en la Colo, hasta el amparo cálido de la casita de Santa Elena.

-Fiesta de contar seiscientos días de gira, vivos y contentos. Cansados, pero más fuertes que nunca.

-Otra vez a Cármen de Viboral, para dejar un bis de festejos. Un Cuento Negro en la Casa de la Cultura repleta de espectadores interesados. Ricas lasañas para celebrar al final.

-Sin esperar mucho más que un día, otra función de Un Cuento Negro, esta vez en un teatro de Medellín, el teatro All’Improvviso. Sala pequeña, pero colmada de gentes amigas. Transpiración feliz del actor entregado. Luego, una linda reunión con nuestros nuevos amigos paisas. Allí estaba Felipe, alias Munra, el gigante de gran corazón. Estaban Isabel, Zeta, Ferchu, otros amigos y amigas más. Y por supuesto, nosotros con el Inti. Todos rodeados de la felicidad de esas tantas plantitas alegres.

-Y más fiesta teatral, unos días después, cuando se armó Victorio, el reidor en otro teatro de la capital antioqueña. En el teatro Ex-Fanfarria esta vez. Otra vez a sala llena, nos colmamos de aplausos y buenos augurios. Y tuvimos la dicha de conocer a quiénes llevan a delante este proyecto, Beatriz, la pequeña pero contundente directora, y Alfonso, su colaborador más cercano. Herederos de aquel otro director fallecido entre críticas y mediasnoches. Así concretábamos la previa del festival que se avecinaba.

-Quinta Fiesta de las Artes Escénicas de Medellín. Por fin un festival en el que estamos programados con antelación, con fechas, lugares y horarios precisos. La organización y la logística que aportaron Caro y Pichi a la compañía es una verdadera evolución. Una semana de fiesta teatral en Medellín. El primer día nos vestimos de costureras y salimos a delirar al Desfile Inaugural. Besamos a todos, los abrazamos, les robamos sonrisas hasta a los policías. Por la noche presentamos nuestro pequeño atentado llamado Incomunicación en la sala del teatro Matacandelas en el marco de la Molienda Teatral, un evento escénico multifacético. Días después, sobre el cierre del festival, nuestros platos fuertes. Otra vez llenamos el teatro con Un Cuento Negro y con Victorio, el reidor. También atentamos en el Cabaret de la Quinta con Historia de los Imperios que molestó un poquito más a los presentes y por eso mismo fue efectiva. La participación de la compañía en este festival de teatro fue verdaderamente positiva. El público fue el mejor árbitro.

-Esos días fuimos dos veces a un lugar muy especial. Fiesta en la naturaleza gracias a la fraternal invitación de nuestro amigo Felipe Munra Restrepo. Él es un aventurero nato, un escalador, un gigante que todo lo trepa, todo lo sube, todo lo vence, todo lo logra. Así también fue la amistad con nosotros, fuerte, directa, sincera. Él viajó mucho tiempo por Argentina y nosotros por Colombia, también por eso siempre teníamos mucho por compartir, mucho por regalarnos. Nos llevó a San Félix, a su base de operaciones. Allí, en una casita al filo de los verdes cerros que rodean Medellín, practican escalada, canyoning, parapente y otros deportes extremos. Esa es la casa de Luisito, el pequeño hombrecito volador de sonrisa amigable y mirada suspicaz, socio y parcero del Munra. ¡Qué fiesta vivimos escalando, bajando por la cascada, cruzando el abismo por un cable de acero, perdiéndonos en las faldas del cerro, volando en parapente! ¡Qué fiesta compartir con estos nuevos amigos!

-El lunes temprano, el afán de otro gran festival nos sacó de Medellín y finalmente de Antioquia también. Una larga jornada rutera nos llevó hasta el departamento de Caldas. Precisamente a su capital, Manizales. Comenzaba el XXXI Festival de Teatro de Manizales, todo un abuelo festival. Gracias al contacto que Caro hizo en Medellín con Octavio, al director del festival, y gracias a la buena voluntad de él, entramos en la programación callejera. En este caso decir “programación callejera” no debe ser tomado menospreciativamente, sino más bien todo lo contrario. En este festival el lema es “La calle es el escenario” ¿Cómo describir la magnitud de esta experiencia sin parecer exagerado o jactancioso? No, no es ese el espíritu de estas palabras. Pero es necesario reconocer los triunfos para entender lo que nos quiere decir la vida con ello. Nuestra participación en el gran festival de Manizales, junto con la de nuestro parcero Inti, fue un verdadero éxito. La recepción del público manizaleño fue maravillosa. Tanta entrega, tanta fraternidad, tanto aliento. Cada día de esa semana festiva presentamos una o dos funciones en distintos escenarios de la ciudad. Cada presentación fue un mundo de gente, de risas y abrazos. Y, a medida que pasaron los días, fue como una bola de nieve. Creció y se retroalimentó esa energía hasta estallar el último día en un enorme compartir de ruedos entre el Inti, los Zua-Zaa Circo, nosotros y ese hermoso público ferviente. Esos días tuvimos el placer de estar acompañados por nuestra amiga Nataly Sanoja, a quién queremos mucho y hacía bastante que no veíamos.

-Esa noche, todo culminó con otra nueva fiesta, bien particular. Al terminar el cabaret que se había organizado, se armó fiesta de tambores espontánea en la vereda. Hasta ese momento todo parecía dentro de lo esperable. Tanta emoción y alegría acumulada en esos días de festival, debía desembocar por algún sitio. Y, por supuesto que si nos cerraban los lugares, nos quedaríamos bailando en la calle. Así sucedía, más de un centenar de personas danzábamos y gozábamos al ritmo de los tambores y del clarinete de nuestro amigo Jorge Camelo, que reapareció sorpresivamente en nuestras vidas ese mismo día. Pero entonces ocurrió algo que nadie esperaba. Llegó la policía a dispersar la fiesta callejera -eso sí era esperable- y todos, en vez de irnos o de luchar contra ellos que hubiera sido lo previsible, espontáneamente comenzamos a movernos en masa. A las voces de “¡Sigamos juntos!” o “¡No nos dispersemos!” comenzamos a caminar todos juntos, sin dejar de cantar y bailar. Se empezó a armar una pequeña marcha nocturna y festiva, una verdadera revuelta espontánea, una desobediencia colectiva e inmortal. Las caras de idiotas de los tombos hubieran debido ser fotografiadas. Su inutilidad ante la decisión real de la gente era demasiado evidente. Sólo pueden reprimirnos cuando nos separan en individuos. Cuando somos una sola cosa que se mueve y decide y se intenciona, no pueden hacer nada. Cuando somos todos, nadie muere.

Así pasó, espontáneamente un centenar de personas, sin necesidad de banderas ni consignas prefabricadas, sin necesidad de convocatorias o intereses saldados, nos convertimos en una fiesta ambulante, joven, viva, bulliciosa. En la fría madrugada de Manizales se festejó sin frenos la alegría de la libertad. Ante la mirada atónita de unos cuantos tristes agentes policiales que no sabían qué hacer, celebramos y seguimos bailando hasta que se nos dio la gana, por toda la ciudad.

-La visa se nos vencía, pero el llamado de otra gran última fiesta era demasiado fuerte. Renovamos por un mes nuestro permiso de permanecer en Colombia y nos desviamos de la Panamericana hacia el oeste. En un día de ruta nos fuimos hasta Bogotá, la fría capital colombiana.

-Fue una fiesta de paz vivir esas dos semanas en la casa de La Candelaria. Ese barrio, además de ser bellísimo, conserva largos jirones de historia colombiana en sus paredes antiguas, en sus calles empedradas, en sus faroles gigantescos. Allí tienen su hogar Inti, su hermano Jota y Oriana. A la casa se entra por una crujiente escalera de madera bien conservada. Se llega a un primer piso con su cocinita y sus habitaciones. Se sigue subiendo y se llega a la sala. Un enorme ventanal da luz y paisaje al lugar, una pequeña chimenea da calor y las plantas completan la vida de este verdadero hogar. Un poco más arriba aún, una pequeña azotea permite una intensa vista panorámica de la ciudad de Bogotá.

Allí nos convocamos para hacer la previa del festival que se avecinaba en Boyacá. Esta vez, no sólo seríamos participantes sino que también formaríamos parte de la organización junto con nuestra gran aliada, la asociación Semillas.

Por eso fue que estuvimos unas dos semanas en la capital. Reuniéndonos, pensando la programación, diseñando volantes, construyendo la página web. Aunque también mechando con paseos, charlas, brindis, torneos de ajedrez, un par de funciones en universidades y una más en el legendario Chorro de Quevedo después de volver locos a los policías. En ese trajín pudimos encontrarnos con buenos amigos y amigas. Vimos a Seba, el tucumano que habíamos conocido el año pasado en Panamá. Visitamos a Laurita, nuestra pequeña y tan enormemente querida amiga bogotana. Se vino Jorge también a la casa. Pasaron los Micro-Banda, alegres parceros de ruedos y caminos. Llegó Juani y toda la troupe de músicos argentos, también Simón, el hermano de Oriana, y mucha gente más. Ese hogar funciona naturalmente, como un mágico centro de reunión.

-Celebramos la variedad de colores que nos acompañó durante todo el camino a Boyacá. Viajamos sin problemas hasta Tunja, la capital. Desde allí a Duitama. Y después, al lugar hermoso que nos esperaba, Tibasosa. Este es un pueblito de aspecto colonial, lleno de flores y feijoas, que son unos frutos verdes que parecen hijos de un higo y una guayaba. Tibasosa se acuesta en un valle de marrones claros de mil especies, de tantos verdes. La tranquilidad que todo lo inunda, parece provenir de lo más hondo de la montaña. Las paredes de piedra o de adobe, coronadas de cactus que sobreviven como pueden ahí trepados, delinean el pueblo con una aridez casi escenográfica. Como alejándose de la capilla, donde todo comienza de nuevo a ser monte, se alza una pequeña torre de tres pisos. Bien vidriada, con bellas guardas sobre el adobe visto, con un rojo tejado de cuatro aguas que la completa, esa es la base de Semillas. Y fue la nuestra también durante esas semanas.

¡Qué sensación tan cálida fue llegar a Tibasosa! Un lugar conocido que antes nos había catapultado a una aventura inolvidable. Volvimos a este pueblo con la certeza de encontrar fraternidad, respiro, tibieza. Y eso fue lo que encontramos. Y tal vez mucho más. Al principio nos instalamos en los camarotes que están pegados al salón del edificio aledaño a la torre. Allí donde habíamos dormido aquella otra vez que pasamos por estas tierras. Allí donde habíamos dejado algunos de nuestros sueños doblados a los pies de las camas. Justo al costado del salón, está la pequeña casita donde vive Inés, la casera, y seis de sus siete hijos. Adriana, la mayor, brazo derecho de su madre. Los medianos, Camilo y Seba, breves hombres divertidos de la casa. Y el trío pequeño, Carol, la suspicaz; Sarita, la sensible y finalmente el enanín, el mínimo y destartalado Santi. Con todos ellos, y con Inés, su mamá que los ama y hace todo lo que puede por ellos, entablamos una convivencia armónica y nos encariñamos rápidamente. Vivimos almuerzos sabrosos y meriendas de risas y chocolates, cada día. Nos acostamos cada noche después de una rica cena reparadora y calentita. Desde esa base de operaciones tan familiar, tan ganas de pasarse así las horas, tan comida humeante de abuela, nos fuimos encontrando con toda la gente. Con los que ya traíamos en el corazón y en el recuerdo y con los nuevos, los del ahora.

Ante todo, el reencuentro fue con Sonia, nuestra gran aliada, amiga hermana madre parcera… todo eso. Más. Y con el lindo equipo de Semillas. Marilse al aire, con Javier y Memo, a cargo de esa emisora solidaria. Estela, fundamental en este festival, responsable de la logística general del evento. Sus hijos, también aliados invaluables. Nos reencontramos con Mario, la otra gran cabeza de todo esto, el otro gran corazón. Con todos los chicos, los Herederos del Planeta, que ya son cientos en Boyacá, afortunadamente. Conocimos a la pequeña Luisita, una mujercita risueña y amigable que también puso su corazón y su sonrisa al servicio de este nuevo festival. Y tantos otros amigos y compañeros de esta faena, que no cabrían en estas hojas, pero que son partes indispensables de toda esta red que crece.

Fue vital llegar con anticipación al festival. Si bien sabíamos que íbamos a organizar todo lo que fuera necesario, no teníamos completa dimensión de lo que eso significaba. Quien portaba el título de “Organizador General”, si bien quizás con buenas intenciones, no hacía mucho más que portar el título. Por eso no dudamos en tomar las riendas. Aquellos días, con el visto bueno de la comandante, nuestra querida Sonia, nos pusimos de cabeza a hacer de todo. Fer comenzó a delinear las necesidades técnicas que tendría el festival. Pichi se encargó de la movida de prensa, junto con Caro Bonilla. El gordo Maty se puso un gorro de chef que es como un turbante y cocinó manjares para todos. Juan, Caro y yo nos dedicamos a los talleres y seminarios que dictamos previos al festival. Inti desplegó sus enormes cualidades en materia de relaciones públicas y se encargó de la logística de los grupos que vendrían. También, junto a Jota, nos hicimos cargo de todos los diseños para el festival. Toda esta banda, más la gente de Semillas y las otras organizaciones, le dio aire de vida a este festival que comenzaba a formarse. Sin embargo, a pesar de tanto trabajo apresurado, estos fueron días plácidos y agradables. Enmarcados de montañas y de árboles, nos abocamos a la formación de este niño que concebiríamos, este pequeño que iba a nacer. Hubo tiempo para las reuniones, para los reencuentros, para las risas.

-Ese domingo, falleció la “Negra” Sosa, fiesta de todos los que nunca dejaremos de recordarla con el corazón ensanchado, de los que nunca podremos dejar de escuchar el eco de esa voz tan verdaderamente latinoamericana. Ese día, Sonia, estratega impecable de las cuestiones del alma social, decidió dedicar el festival a la memoria de Mario Benedetti y de Mercedes Sosa, dos íconos de las culturas de nuestra América, que ya regresaron al todo y ahora son infinitos.

-Entonces comenzó el 1º Festival de Culturas de Nuestra América Abya Yala.

Primero fueron llegando los aliados indispensables. Llegó María, con quién habíamos sellado una buena amistad en Manizales. Llegó antes, caminando sola por la noche de Tibasosa hasta encontrarnos y darnos un fuerte abrazo. Más tarde, siguió llegando todo el equipo de registro: Vane, Oscar y Octavio, el activo trío venezolano. Pato, la bonita argentina emprendedora y sonriente. Y las locales, Caro Bonilla, que organizaba todo junto a Pichi, y Catalina. También regresó Inti, que se había ido a Bogotá a buscar a los tres tanos que se vinieron de voluntarios a Boyacá. El equipo se agrandaba. Y todo el tiempo llegaron más y más. Llegaron Herederos del Planeta de todas partes, llegaron las amigas de Manizales, llegaron los artistas, los investigadores, llegó la gente. Sogamoso de pronto se pobló de un montón de soñadores que se juntaron a celebrar. A festejar la supervivencia de la conciencia, de la luz. A festejar por todos nosotros. Y a luchar. A luchar plenos de fiesta como nuestros ancestros lo exigen, con colores no con armas, con conciencia no con doctrinas, con espíritu no con milagros. Y a repudiar el proceso de putrefacción que se instaló en este continente a partir del 12 de octubre de 1492, cuando arribaron a costas sagradas los brutos forajidos que escapaban de la miseria y la peste que proponía como modo de vida la santísima corona castellana allá por la península ibérica. A todo eso nos juntamos. Y a encontrarnos también, a reconocernos, que esa es la verdadera rebeldía. A apagar la televisión y mirar al vecino. A decirnos que estamos ahí, donde sea que fuere, que eso no importa, que la casa es toda la tierra, que ya están borroneadas las líneas con que nos separaron, que estamos listos al llamado de la madre, que queremos cambiar y que lo intentamos a nuestro modo, pequeño quizás, imperceptible en principio, pero inevitable semilla de revolución. Por eso la convocatoria de este festival imaginado, sin fines comerciales de ningún tipo, con todos los presupuestos recortados -y los gubernamentales absolutamente ausentes-, sin expertos en marketing ni en publicidad, sin experiencia de otros festivales… por eso la convocatoria de este festival fue excelente. Convencer a la gente de encontrarnos allá en Sogamoso tales y tales días, no es una tarea simple en principio, debemos tener un muy buen motivo para asistir. El 1º Festival Abya Yala demostró que sí los tenemos, que nos sobran los motivos. Que ahí estamos todas las diversidades para manifestarnos por otro mundo que queremos y que sí es posible.

-El festival ocurrió a lo largo de cuatro días. Pero como lo festivo es lo extra-cotidiano esa cantidad de tiempo se percibió diferente. Fueron cientos los sucesos, los encuentros, miles las acciones colectivas. Las plazas se tiñeron de música y teatro callejero, la Casa de la Cultura de proyecciones y fotografías, el museo de conversatorios. Finalmente el teatro se llenó de teatro y las calles de desfiles que desembocaron en la plaza central, con bailes y sikus y zampoñas y alegrías. Y entonces allí tuvo que suceder. El atentado artístico que fuimos preparando cada mañana del festival, estalló en la plaza central. Antes, nos reunimos la treintena de cómplices qué éramos, donde empezaba la comparsa. Juan, el compañero de María, otro nuevo parcero, nos pintó las caras con mil trazos guerreros para identificarnos en nuestra pequeña batalla artística. Desfilamos a la retaguardia, casi invisibles tras el arco iris de las whipalas. Y cuando todo el mundo estuvo en la plaza, entonces lo hicimos explotar. En medio de toda la gente, en medio del 12 de octubre, en medio de Latinoamérica, lanzamos nuestra Historia de los Imperios, que tanta fuerza cobra con la fecha y con la entrega de todos los que participaron. Contundencia de los signos y los cuerpos. Verdad desnuda. Calle. Teatro entre todos.

Sería tonto intentar relatar la programación tan íntegra y variada que tuvo esta fiesta latinoamericana, sería desperdiciar palabras en lo que no puede ser contado. Cada día fue creciendo en intensidad y en calidad. Nosotros, cada tarde nos presentamos con una obra distinta. Y la gente nos fue acompañando en cada una, siempre con más aplausos y más risas, con abrazos honestos, con fuertes apretones de mano. El anteúltimo día presentamos Un Cuento Negro, y lo que sucedió fue realmente gratificante. Aquel teatro antiguo, el Teatro Sogamoso, casi despojado de actividad teatral desde quién sabe cuánto tiempo, herrumbradas sus luminarias, llenos de telarañas, vacío de gente de teatro; aquel viejo edificio resucitó esa noche. Algunos sogamoseños aseguraban no recordar haber visto ese teatro tan lleno de gente como esa noche, donde se colmaron las butacas, rebalsaron los palcos y se llenaron los pasillos. Para nosotros fue un placer indescriptible. No simplemente por el logro del espectáculo, sino por el sello que pusimos de esa manera a este festival que ya sentimos totalmente propio.

Por la noche se celebró el Cabaret Teatral en la carpa-teatro del maestro Omar Vargas. Este espacio también se llenó completamente. Un encuentro bien divertido, lleno de felices vulgaridades y de entretenidas improvisaciones. Allí se presentaron todos los cirqueros y algunos otros difíciles de clasificar.

Finalmente todo terminó ese 12 de octubre, con mucha intensidad y con la melancolía sana de lo bello que debe acabar para que la vida continúe su cotidianeidad, de lo que debe morir para renacer un día con más potencia.

-Noche de celebraciones espontáneas. La felicidad de lo conseguido, el poder que otorgan los propósitos logrados, el placer de lo colectivo. Esa noche nos reunimos alrededor del fuego a cantar, a tocar tambores, a reír juntos. La madrugada nos robó el sueño mientras consumíamos más leños y más canciones recordadas. Fue el perfecto cierre de tanta fiesta. Una ronda amistosa, un círculo sagrado, un fuego reparador. En ese eterno instante entendimos que esto recién comienza para nosotros. De alguna simbólica manera dejamos nuestras manos en ese fuego. Y nuestros corazones. Y nuestras promesas de poner el pecho para el segundo festival, el que vendrá el año próximo. Así lo reconocimos al día siguiente en una amena reunión final entre todos los que estuvimos coordinando el evento. Así nos comprometimos a volver, a fortalecer, a alimentar todo este hermoso impulso revolucionario y festivo.

-La visa otra vez se nos vencía y ya no podíamos esperar más. La fiesta de la carretera nos halaba con fuerza. Por eso fueron largos los abrazos, inevitables las lágrimas de felicidad de las despedidas con la gente amada, fraternal, amiga. Fue difícil irnos esta vez de la querida tierra boyacense. Nos costaron los saludos, se nos hizo complejo arrancar y partir. Fueron tantos los apretones, los besos, las caricias que tocan como para guardar un recuerdo tangible del otro que se va. Pero así fue. Nos despedimos de todos y de Tibasosa también, y pusimos rumbo a Bogotá nuevamente.

-No dejamos de celebrar la sorprendente inteligencia de la Colo. Pobrecita, se le venía quemando el embrague, pero ella aguantó hasta Bogotá, hasta el barrio La Candelaria, hasta la calle 10 (sincrónicamente llamada Calle de la Fatiga) y nos dejó a dos escasas cuadras de la casa. Recién ahí se abandonó, balbuceó unos estertores roncos, tosió y se llenó de humo. No daba más, nuestra querida gata loca grande. Un par de días tardaron en arreglarla y dejarla bien nuevamente, gracias a la intervención precisa y fraternal de Juan Zanabria, un líder de las combis VW. El dinero no importó, ella se lo merecía. Y nosotros aprovechamos para recuperarnos un poco en esa bella casita de La Candelaria que una vez más nos acogió en su seno cálido. Descansamos, vimos a la selección argentina entrar al mundial por milagro, paseamos un poco y una madrugada temprano emprendimos la extensa recta final.

-La última fiesta, la de terminar, porque todo debe hacerlo. Porque si todo no terminara, nada empezaría. Porque sin la condición mágica y maravillosa de la muerte, la vida sería una tortura. Nos metimos en la ruta, dispuestos a morir, a dejar que se acabe esta gran etapa de celebraciones y festivales. Viajamos sin parar cruzando el páramo que llaman la línea, hasta Armenia. Luego sin detenernos viajamos hasta Cali. Dormimos una breve noche allí, en la casa de la amiga Milena y la amiguita Luciana. Temprano volvimos a salir. Subimos hasta Pasto, ciudad de las alturas, y a la noche de ese domingo rutero pudimos alcanzar la ansiada frontera. Ecuador abriría un nuevo capítulo en nuestras vidas y cerraría la puerta de estos tiempos que ya nunca olvidaremos, que para siempre llevaremos en nuestro corazón y en nuestro recuerdo.

FIN

-Agradecemos ante todo a nuestro hermano Inti Maní, quién fue cómplice y protagonista en toda esta gran etapa de la gira. Agradecemos a todo el equipo del XIV Festival Internacional de teatro “El Gesto Noble”, especialmente a Kambert. A Anselmo, a Víctor y a Carmensa de La Ceja. A Vicky, también. A Alex, por recibirnos con tan buena onda. Al teatro La Reculá del Ovejo de Cartagena. Agradecemos con todo el corazón a nuestros parceros Seba y Enrico por su inestimable hospitalidad. También muy especialmente a Felipe. A toda la banda de Medellín, a Isabel, Zeta, Ferchu, al Monkey, al Chinga. Agradecemos a Juan Perro, a Mónica por las fotos y a Marisol de San Antonio de Pereira. Agradecemos a Luisito por sus vuelos. A los teatros All’Improvviso y Ex-Fanfarria por su apuesta y su confianza. Agradecemos a toda la gente de la Quinta Fiesta de las Artes Escénicas de Medellín. También secretamente a Luz Marlene y sus hilos alegres. Agradecemos con el espíritu ensanchado a los abuelitos hongos, por sus enseñanzas. Al círculo de mujeres que se reunió en Cali, a la abuela Gloria. Agradecemos al XXXI Festival de teatro de Manizales, a todo su equipo. Especialmente a Octavio, por su crédito y su apoyo. A Jaime, al cuerpo técnico que nos hizo todo el aguante, a la gente de la cocina. Agradecemos al resto de los grupos que nos encontramos, por el intercambio. A Seba, nuestro guía. Agradecemos inclinados a todo el público que nos acompañó en cada función, agradecemos su respaldo y su cercanía. Agradecemos con sonrisas a nuestra amiga María. También con el alma a Jota, Oriana y Simón. A Laurita, por sus colores. A los Micro-banda por los talleres y la buena onda. A Eliana y Lina de la universidad de artes. A la banda de la UAC y sus consignas. Agradecemos fraternalmente a todo el equipo de la asociación Semillas y de Agro-Solidaria. A Sonia, a Mario, a Inés y familia, a Caro, a Estela, a Marilse, a Luisita, a Memo, a Gloria. Agradecemos al grupo de teatro Juglaría, a cada uno de ellos. A Carlos Milla por sus enseñanzas, a Berito Cobaría por sus arengas. A todos los participantes de los talleres y, muy especialmente, a quienes realizaron con nosotros el montaje Historia de los Imperios. A todo el equipo de registro y prensa. Agradecemos con los brazos en señal de Ayni al 1º Festival de Culturas de Nuestra América Abya Yala. A Omar Vargas por su apertura. A Juan Zanabria. A Milena y Luciana por esa cálida nochecita en Cali. A aquél funcionario desinteresado de la aduana final. Finalmente agradecemos a todos los que están junto a nosotros de toda la infinidad de maneras que se puede estarlo. Gracias.

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